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Gestión de las emociones

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Gestión de las emociones

Por qué es importante abordar desde el colegio la gestión de las emociones

Educar no es solo enseñar conocimientos o inculcar hábitos de aprendizaje, es guiar, apoyar y acompañar a los alumnos durante todo el proceso que implica crecer y vivir diferentes etapas y momentos que pasan a lo largo de su vida.

La labor del profesor va mucho más allá de enseñar las diferentes materias que figuran en el programa educativo: «Un profesor trabaja para la eternidad: nunca sabrá hasta dónde llegará su influencia», afirmaba el historiador, novelista y ensayista estadounidense Henry Brooks Adams, y es que la figura del profesor tiene una gran repercusión en el desarrollo educativo, pero también personal de los estudiantes.

Acompañar a los alumnos en la gestión de las emociones también es una asignatura y, quizá, en muchas ocasiones, la más compleja. A los adultos nos cuesta, ante determinadas situaciones, saber identificar y afrontar las emociones y sentimientos que nos invaden, por lo que es natural que en niños y adolescentes esa gestión emocional sea aún más difícil.

«La naturaleza ha dotado a todos los mamíferos de cinco emociones básicas: el miedo, la alegría, la tristeza, la ira y el asco. También se habla de la sorpresa como de una sexta emoción», explica Noa Sánchez-Cabezudo, Psicoterapeuta de Adultos, Pareja y Familia en Psicólogos Pozuelo. Según esta experta, desde el punto de vista de la regulación emocional las emociones no son positivas o negativas en sí mismas, más bien deberían calificarse como agradables o desagradables.

Emociones agradables y desagradables

Las emociones agradables, como la alegría, suelen ser una señal de que nuestras necesidades y el ambiente que nos rodea están en sintonía. Estas emociones son más fáciles de afrontar, de experimentar y de gestionar, características que hacen que sean, además, más fáciles de compartir. Cuando estamos alegres solemos compartirlo con los demás y hacerles partícipes de esa alegría, cosa que con las emociones desagradables cuesta más hacer. Sin embargo, las emociones desagradables como el enfado, la tristeza o el miedo son difíciles de gestionar y, en muchos casos, de identificar, por eso es importante incidir en la educación emocional desde edades tempranas.

Cómo enseñar educación emocional

Para tratar de desarrollar en los niños la educación emocional es necesario que los adultos, que ejercen de referentes del niño, desarrollen competencias emocionales para que ellos puedan tomarlas como ejemplo y adaptarlas como parte de su desarrollo. Tanto los padres como los profesores deben ser capaces de transmitir seguridad, confianza y respeto a los niños para que se cree un clima en el que ellos puedan sentirse cómodos y expresarse libremente.

«Identificarlas, en primer lugar, para gestionarlas después es la base del aprendizaje emocional para los niños. Podemos comenzar a enseñar a los niños a ponerle nombre a las emociones desde los tres años aproximadamente. Y uno de los mejores métodos para transmitir las claves de la gestión emocional a nuestros hijos es a través del ejemplo», señala la psicóloga y experta en educación emocional Begoña Ibarrola.

En este sentido es básico no prohibir o reprimir las emociones de los niños: es parte de su desarrollo que aprendan a identificar sus emociones, a ponerles nombre y a expresar cómo se sienten. Debemos entender que todas las emociones, incluso las desagradables, tienen un valor y una enseñanza y este es el mensaje que debemos transmitir a los niños.

Herramientas emocionales

Es importante que, tanto desde el colegio como en la familia, se trabaje en dotar a los niños de herramientas emocionales para poder gestionar los sentimientos y, sobre todo, ser capaces de comunicar cómo se sienten. Para ello, es necesario lo siguiente:

  • Comunicación: para que haya una mayor conciencia sobre la importancia de compartir también las emociones desagradables es fundamental que se trabaje en no reprimir dichas emociones: tanto en el colegio como en el núcleo familiar hace falta fomentar la comunicación, que hablemos de cómo nos sentimos (los adultos debemos dar ejemplo y comunicar más nuestras emociones) y una vez que reconocemos la emoción que sentimos conviene reflexionar y conversar sobre por qué ha aparecido esa emoción, cómo nos hace sentir, qué podemos hacer para sentirnos mejor, etc.
  • Vulnerabilidad/Fortaleza: cuando nos sentimos tristes o con miedo hay una tendencia a esconder estas emociones, ya que al mostrarlas nos sentimos vulnerables y para protegernos de esa sensación recurrimos a “vestirnos” de fortaleza y a ocultar esas emociones. Sin embargo, ser capaces de expresar nuestra tristeza o vulnerabilidad es, en sí misma, una gran fortaleza. Debemos inculcar a los niños la idea de que esconder las emociones no es ser fuerte y que tener valor para compartirlas es tener mucha fortaleza.
  • Autorregulación: también es labor de los adultos enseñar a los niños que si la expresión de la emoción es desproporcionada puede provocar más conflicto que satisfacción, por eso es importante trabajar en la autorregulación. No podemos evitar que aparezcan emociones como la rabia, el miedo, la tristeza o la frustración, pero podemos ayudar a los niños transmitiéndoles seguridad y serenidad en el momento en que aparecen y lo necesitan. Esto les ayudará a pensar antes de actuar movidos por el enfado o la frustración y, a base de poner en práctica este método, aprenderán a autorregularse ellos mismos.  
  • Empatía: a base de expresar las emociones y crear una comunicación abierta en torno a ellas los niños aprenden a desarrollar la empatía, aprenden a identificar las emociones de los demás.

«Uno recuerda con aprecio a sus maestros brillantes, pero con gratitud a aquellos que tocaron nuestros sentimientos» decía el psicólogo y psiquiatra suizo Carl Gustav Jung. Los profesores pueden y deben ayudar a los alumnos en la gestión emocional y, sin duda, este aprendizaje es uno de los más valiosos para la vida.

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